Todos los seres humanos en el planeta, sin distintivos de raza, edad, condición e ideología… queremos vivir en un mundo donde exista paz, amor y justicia. Pero, ¿por dónde empezar? ¿Cuáles son los criterios para la construcción de una sociedad más justa?. En alguna ocasión le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta ¿qué era lo que debía cambiar en el mundo o en la Iglesia?, y ella respondió: “Tú y yo”.
Bajo esta premisa, el Papa Francisco, nos invita a sentirnos sujetos del cambio: “Queridos amigos, no se olviden que ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor”.
El Santo Padre llama a despertar de lo que él llama la “globalización de la indiferencia”, creando nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Para el Papa sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad y motores revolucionarios de auténtica vida nueva”.
A través de sus mensajes, Francisco llama a construir la “cultura del encuentro social” que se consolide a través del diálogo, posibilitando una actitud ciudadana para: exigir los derechos y el cumplimiento de deberes; prevenir cualquier tipo de abuso de poder; y para promover el respeto a la vida. Propone repensar la solidaridad y la fraternidad, como una convicción ética.
En su pontificado, el Papa Francisco recuerda constantemente que el pobre no solo tiene un puesto en la Iglesia, sino en la historia y en la sociedad. Su enseñanza social pone en primera línea a la persona, especialmente a los que él llama los “descartados o marginados”, refiriéndose a quienes sufren las consecuencias de un sistema económico centrado en la producción y en la ganancia. El pontífice no niega las ventajas de este sistema, pero denuncia la utilización de la persona como un objeto de producción, ya que la defensa de la dignidad de la persona humana es una de las claves de su discurso.
Sin embargo, gracias a estos pensamientos, poco después de su elección como representante máximo de la iglesia católica, comentaristas del mundo entero con tendencias de derecha, comenzaron a reaccionar tildando al santo padre de socialista y comunista.
El Papa Francisco prefiere no enfocarse en estas etiquetas, sino resaltar la importancia de la dignidad humana y el bien común, aspectos que según su opinión están olvidados del lenguaje del bienestar social y económico de la sociedad actual. El Papa está proponiendo mirar la realidad de otra manera y esto va más allá de una ideología, es más bien un acto de justicia.
El cuadro ideológico del Papa, es transparente en sus escritos. Basta escuchar sus sermones y pronunciamientos públicos para entender su anhelo de justicia y equidad. "Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión y los asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades".
Para el Santo Padre, "la fe lleva siempre al testimonio. La fe es un encuentro con Dios, pero una fe sin obras, una fe que no te implique, que no te lleve al testimonio, no es fe. Son palabras y nada más que palabras". Si duda, no solo los creyentes de la iglesia católica, sino la humanidad entera, necesita creer que aquella doctrina de fe, deje de estar en libros, templos y palabras, y que se aterrice en la vivencia genuina de la justicia y el amor entre los seres humanos. Como decía la madre Teresa de Calcuta ese compromiso es tuyo y mío.
El Santo Padre llama a despertar de lo que él llama la “globalización de la indiferencia”, creando nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Para el Papa sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad y motores revolucionarios de auténtica vida nueva”.
A través de sus mensajes, Francisco llama a construir la “cultura del encuentro social” que se consolide a través del diálogo, posibilitando una actitud ciudadana para: exigir los derechos y el cumplimiento de deberes; prevenir cualquier tipo de abuso de poder; y para promover el respeto a la vida. Propone repensar la solidaridad y la fraternidad, como una convicción ética.
En su pontificado, el Papa Francisco recuerda constantemente que el pobre no solo tiene un puesto en la Iglesia, sino en la historia y en la sociedad. Su enseñanza social pone en primera línea a la persona, especialmente a los que él llama los “descartados o marginados”, refiriéndose a quienes sufren las consecuencias de un sistema económico centrado en la producción y en la ganancia. El pontífice no niega las ventajas de este sistema, pero denuncia la utilización de la persona como un objeto de producción, ya que la defensa de la dignidad de la persona humana es una de las claves de su discurso.
Sin embargo, gracias a estos pensamientos, poco después de su elección como representante máximo de la iglesia católica, comentaristas del mundo entero con tendencias de derecha, comenzaron a reaccionar tildando al santo padre de socialista y comunista.
El Papa Francisco prefiere no enfocarse en estas etiquetas, sino resaltar la importancia de la dignidad humana y el bien común, aspectos que según su opinión están olvidados del lenguaje del bienestar social y económico de la sociedad actual. El Papa está proponiendo mirar la realidad de otra manera y esto va más allá de una ideología, es más bien un acto de justicia.
El cuadro ideológico del Papa, es transparente en sus escritos. Basta escuchar sus sermones y pronunciamientos públicos para entender su anhelo de justicia y equidad. "Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión y los asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades".
Para el Santo Padre, "la fe lleva siempre al testimonio. La fe es un encuentro con Dios, pero una fe sin obras, una fe que no te implique, que no te lleve al testimonio, no es fe. Son palabras y nada más que palabras". Si duda, no solo los creyentes de la iglesia católica, sino la humanidad entera, necesita creer que aquella doctrina de fe, deje de estar en libros, templos y palabras, y que se aterrice en la vivencia genuina de la justicia y el amor entre los seres humanos. Como decía la madre Teresa de Calcuta ese compromiso es tuyo y mío.
