Por: Nathalia Saltos Zambrano
Cuando
el lugar fue habitado, hace más de 80 años, la isla le otorgó la fortuna de
cuidarla. El sentimiento es mutuo; generaciones han caminado y crecido por una
de las áreas más diversas de Ecuador.
En
medio del río Guayas se dibuja una hermosa y poca habitada isla. Puede ser
visitada cruzando el recién inaugurado puente en el sur de Guayaquil. La eco-aldea
tiene 256 habitantes que conforman 56 familias que han hecho la firme promesa
de respetar y cuidar la Isla Santay, hogar de manglares, exótica fauna como aves y cocodrilos. Las
viviendas de la eco-aldea están construidas con pino, cada una enumerada. Son totalmente
ecológicas, la electricidad se produce a través de paneles solares colocados en
el techo y otros implementos con los que ha sido equipada. A sus espaldas el inmenso
cielo se abre paso.
Desde
que se inauguró el puente, el número de visitantes es sorprendente. Minuto a
minuto, el puente se va llenando de más personas que quieren descubrir ‘cómo es
el pulmón de la ciudad’. La temperatura promedio de Guayaquil es de treinta
grados, así que el sol resplandece, y quienes andan en bicicleta o caminan por lo
corredores de maderas han empezado a sentirse acalorados y sedientos. Los guardianes de Santay entran y salen de sus
casas. Andan en bicicletas, en triciclos, conversan entre ellos, acompañan a
los niños a jugar o simplemente caminan solos. Viven en la isla desde que
nacieron y no quieren irse. Es suya “Nosotros fuimos peones, mis padres lo fueron y mis abuelos también, trabajábamos
a diario la tierra, no había casas como las que hoy”. Es la voz de Francisco Domínguez,
quien vive en la isla hace 60 años.
Los terrenos de la Isla Santay fueron expropiados
por el Banco de la Vivienda, y que la isla sea administrada por la Fundación
Malecón 2000. Antes, en Santay había haciendas ganaderas: Puntilla, San Francisco, Matilde, La Pradera, La Florencia. Todos los peones se
dedicaban a la ganadería (extracción lechera exclusivamente), a la agricultura
(siembra de arroz) y explotación de carbón.
Francisco
tiene una mirada amable. De menuda figura, mide un metro y medio, cabello negro, usa sandalias, viste una camiseta
de cuadros verdes mangas corta desabotonada, y una pantaloneta negra. Su piel
es cobriza por someterse a las inclemencias del sol. “Somos como guardianes de aquí. Cuidamos a la
isla, para que nadie tale los árboles no, o que no haya incendios, nos
encargamos de vigilar. Hacemos minga”. Su casa es la número veinticinco, vive
con su esposa quien elabora empanadas para el restaurante de la comuna. Está acompañado por su nieta de cuatro años,
que se esconde en sus brazos y sonríe.
“Aquí cada uno tiene su trabajo para subsistir, yo tengo mi canoita, a veces,
cuando me piden, transporto materiales
hasta Guayaquil, eso me da algo de platita.”
Créditos: Emilio García |
En la
casa número cuarenta vive Santa Domínguez Villón, 58 años, baja estatura,
contextura gruesa. Ella vende colas y aguas dentro su casa. Está apurada, tiene
una reunión en la casa comunal, sin embargo, nos recibe con amabilidad. Santa tiene una
mirada tranquila. “Debemos ser muy respetuosos con los que se nos ha entregado,
hay que fomentar en todos el respeto por el medio ambiente”. En el balcón de su
casa, tiene pequeñas plantas que cuida con esmero, las observa, las toca
delicadamente y les pone agua a diario. La isla es como una planta para Santa,
si no es cuidada adecuadamente morirá.
Desde
la eco-aldea hay cinco minutos hasta la cocodrilera por un camino de madera.
Durante este trayecto se puede observar la abundante vegetación y escuchar el
trinar de los pájaros. Los cocodrilos están ahí
para ser cuidados y que no representen peligro para nadie. Los turistas
pueden asomarse para verlos, son 12; 11 hembras y un solo macho. Todos en
cautiverio. Una vez
que el sol se esconde, el aire es más fresco. Son las seis de la tarde y los
turistas deben regresar a Guayaquil. Los guardianes de la isla regresan a sus
casas, otros siguen trabajando, deben dejar limpio el lugar de botellas, fundas
plásticas o cualquier tipo de desperdicio. Hacen recorridos junto con los
guías, para que nada se pierda de su vista. Los niños y jóvenes también
colaboran con la limpieza de su hogar.
Créditos: Emilio García |
Tatiana
Achiote nació hace 17 años, tiene un puesto de venta de helados. Estudió en
Guayaquil y desde la construcción del puente su recorrido hacia la ciudad se ha
reducido a 20 minutos. Antes el viaje duraba una hora. “Ellos (turistas)
deberían cuidar, porque no les gustaría que fueran a su casa y que en la puerta de su casa le boten la
basura. Deben tratar de ser responsables”. Desde
el 20 de febrero de 2010, la Isla fue declarada Área Protegida y forma
parte del Sistema Nacional de Áreas protegidas como Área Nacional de
Recreación. Además, la isla es reconocida
por la Convención Ramsar desde el 10 de octubre del 2000 como el sexto humedal declarado en Ecuador con un área total de 4.705 hectáreas. Debido a sus
humedales boscosos entre mareas, incluidos los manglares.
La isla
rodeada por el imponente Río Guayas no esconde sus encantos, más bien, los
expone y deja que quienes van a visitarla por primera vez regresen seducidos
por su emblemática naturaleza. Tras ser recibidos por los guardianes que
entienden su misión en esa tierra.
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