Por: Nathaly Bósquez
Y
de repente... estaba ahí. Como una sucesión de colores que va desde amarillo, rosado,
rojo hasta naranja. De fondo un cielo blanco. Un cuadro que no es pintado por
una mano humana. Son las 18:00 y en el Terminal Terrestre de la ciudad de
Guayaquil la gente viene y va: sale,
entra, con sus ilusiones y fatigas en el hombro. Jóvenes con mochila en mano. Aventureros
rubios y mestizos con ojos azules o verdes que provienen de algún rincón
latinoamericano e intercambian palabras en un dialecto híbrido, a veces difícil
de entender, pero que se escucha en el ambiente. Gente que llega. Gente que
llega y luego se va, con la esperanza de volver. Ahí… el atardecer.
Pero
no se habla de cualquier puesta de sol. Aquélla que a veces vemos en la playa o
en la montaña, quizás entre un río navegable acompañados por niños y niñas que
visten atuendos tradicionales amazónicos. Este texto se refiere al atardecer
guayaquileño.
Sucedió un día. Fui con un
familiar al Terminal Terrestre, justo en la caída de sol. Entre tantos carros y
lámparas con luces amarillas, detuve el paso y observé. Miré y me sorprendí.
Mis ojos se fijaron en los colores, en los tonos que aparecen entre las 17:00 y
18:00. Aquella etapa en la que el día cede el paso a la noche. Miré, me
sorprendí y me cuestioné: ¿los que habitamos la ciudad, entre tantos pasos y
apuros, nos detenemos a mirar lo que nos ofrece el cielo de Guayaquil?
La
“Ciencia nuestra de cada día”, título de un blog en la web, explica que los
colores que rodean al sol tanto en la mañana o como en la tarde, se debe a la
posición que ocupa la estrella. Esta se ubica debajo del horizonte y los rayos
que emite se dirigen desde debajo de las nubes y así se origina la tonalidad
rojiza en el cielo…
Pero
regreso a Guayaquil y vuelvo al atardecer. Tal vez, después de leer este texto,
usted, desde el lugar donde se encuentre, quiera detenerse justo cuando el
reloj marca las 17:00 o las 18:00. Querrá mirar el atardecer guayaquileño, sacará
una fotografía y luego la publicará en su red social de preferencia con el
texto “No necesita filtros, #cielodeGuayaquil #Guayaquil” y todas las etiquetas
que lleguen a su mente. Pero no, el atardecer de la ciudad se queda más allá de
una fotografía: deberá fijarse en nuestra memoria. En nuestra mente que divaga,
que se confunde entre pasos apresurados de gente que llega y se va.
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