Por: Elena Vásquez
Era
la noche de un 24 de diciembre cuando se dirigía un grupo de jóvenes
pertenecientes de una fundación a la ciudadela Atarazana. Ellos iban cargados
con grandes fundas y maletas, tantas, que quienes los observaban a simple vista
hubiesen imaginado que iban de viaje, pero no, ellos iban al Hospital de Sociedad
de Lucha Contra el Cáncer (SOLCA) que está ubicado en la Av. P. Menéndez
Gilbert; y dentro de aquellos bolsos había muchos juguetes. Llegaron a su punto
de encuentro, lograron ingresar y se reunieron en los pasillos mientras
saludaban con cortesía a quienes se paseaban en ese momento. Ellos se reunieron
con un sólo objetivo, realizar risoterapia:
sacarle sonrisas a los pacientes y hacerlos olvidar por un momento esa grande
batalla por la que tienen que luchar diariamente.
En
la ciudad de Guayaquil, en épocas navideñas se puede observar el constante movimiento
de la gente -a diferencia de los pasillos del hospital que muchas veces se
llena con un silencio rotundo- pues en realidad, esta soledad es consecuencia de que muchos pacientes se marchan a sus casas y
se quedan los que realmente no pueden salir. Tras entrar al área de pediatría, los
jóvenes se dirigieron a la primera sala en donde permanecían los pequeños niños
y junto a ellos se encontraban sus padres sentados en un acogedor mueble
pequeño en el cual pasan la mayor parte de su tiempo. Luego, de manera
inesperada, entraron gateando unos chicos disfrazados, y después, de un solo
brinco, se pusieron de pie y empezaron a bailar, dibujando una sonrisa en el
rostro de cada niño que permanecía en aquella habitación.
Los
rostros de los niños mostraban una mezcla de alegría y asombro, para ellos no
era habitual ver que alguien entre gateando a su dormitorio ya que por lo
general siempre los que ingresaban eran sus familiares o los médicos. Algunos
infantes se levantaban de sus camas e inmediatamente se unían a imitar y bailar
junto a los chicos de la fundación mientras se escuchaba el tan sonado tema
musical “Gangnam style”. Ellos estaban
contagiados de ánimo. Meses o días atrás, lograr reanimarlos o sacarles una
sonrisa resultaba una tarea imposible tanto para los médicos y familiares que
conviven habitualmente con ellos.
Se
sentaron en el suelo y enseguida se escucharon las canciones navideñas, estos chicos
aplaudían animando a los pequeños y fue así como todos empezaron a cantar villancicos.
De pronto apareció un hombre de abdomen grueso, con cabellera y barba blanca,
con una gran sonrisa y diciendo “jo jo jo”. Los niños se mostraban
impresionados al ver a este personaje, en cambio otros lo reconocieron y
dijeron en voz alta “¡Siii! papá Noel vino a vernos”, enseguida se le acercaban
y lo abrazaban porque sus padres ya les habían hablado de que Papa Noel era un
buen hombre y siempre llegaba en la navidad a entregar regalos a todos los
niños. Estos niños pensaban que otra vez nadie los iría a visitar en Navidad.
Al
finalizar el festejo, Papa Noel sacó una bolsa llena de regalos y empezó a
repartirle a cada niño. Había todo tipo de obsequios: carros, osos de peluche,
juegos de cocina, legos, entre otros. Pero eso no fue todo, los caritativos
jóvenes guayacos que habían llegado, algunos disfrazados de gatos, otros de
vaqueros, otras, de princesas, sacaban de las fundas y maletas muchos regalos
entre esas muñecas, carritos y patines.
Lo
que muchos no notan o lo pasan por desapercibido es que Navidad se celebra una vez al año y en cambio
los niños permanecen el resto del tiempo bajo tratamientos, en soledad, y con
el sufrimiento intacto. Muchos creen que la felicidad la llena Papa Noel, el
árbol de navidad, los regalos o la cena navideña mientras que para esos
pequeños lo único que desean en navidad es poder estar con su familia,
recuperarse, ser un niño sano, y no exactamente depender de obsequios o de la
compañía de este peculiar personaje.
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