El deseo muere
automáticamente cuando se logra; fenece al satisfacerse. El amor, en cambio, es
un eterno deseo insatisfecho. José Ortega y Gasset
A
partir de la lectura de determinados textos he querido elaborar una reflexión,
con el objetivo de mostrar las variables que presenta el término “deseo” del
cual la publicidad se apropió para vendernos necesidades. En la mayoría de las
personas la palabra deseo conlleva a una sola definición: necesidad. Lo cual es
erróneo de cierta forma, la necesidad no debe asociarse a lo que creemos
necesitar, sino a lo que debidamente podemos utilizar. La
publicidad a diario nos bombardea con
información, que no solamente intenta quedarse en nuestra memoria, como la de
KFC buenísimo, sino crearnos una
especie de trivial; claro con las respuestas. Lo que intento establecer con esto
es la imperiosa vanidad que empieza a interiorizarse en nuestra retina, debido
a que nuestro sentido de la vista es a quien se persuade antes que a los otros.
Por
ello la contrariedad con que la publicidad ataca, no va en contra del deseo,
sino de lo que necesitamos. El término deseo ha sido el tema de varios
filósofos: Platón, Aristóteles, Deleuze, entre otros. A partir de sus concepciones nos encontramos
con planteamientos que al extraerlos,
congenian con una definición que
enmarcado a la publicidad es cercano. En este caso Aristóteles plantea dentro
de su resolución sobre el sujeto como presto al movimiento, al ser también
materia:
“Lo que explica el
movimiento es el deseo ya que puede mover contrariando al razonamiento y el
razonamiento no puede moverse sino hay un deseo que lo acompañe”
Lo
que se ubica directamente en el objetivo de la publicidad, el aplacar el
razonamiento, volverlo estático, persuadirlo, para de esta forma convertir al consumidor,
en una máquina productora de ganancia.
La razón se contraria, es el preciso momento en que aquella necesidad
posteriormente creada, actúa para
establecerse como necesaria, desear es lo único que repite el subconsciente.
El deseo pasa a retenerse, se ajusta a lo que nos vende, y como la razón solo
podrá mostrarse con posibilidades próximas de desear algo determinado.
Es allí cuando nos enfrasca en su productividad,
y de esta forma saca provecho. El ser humano pasa a convertirse potencialmente
en una tarjeta si queremos llamarla de
crédito, desde que creemos en este
imperioso deseo de desear.
Lo material no es sustancial
En
el momento en que el hombre acepto cambiar sus productos por otro “mejor”,
entonces le da argumentos al otro, para
seguirle ofreciendo más bienes. Lo que en realidad es un juego, compramos lo
que vemos, no lo que necesitamos. Nos hartan de lemas que debemos recordar,
aunque del todo no estén relacionados al producto. La solución es una sola,
decir no a la lo innecesario. Aunque al leer esto sabemos que la situación
seguirá en aumento y las fábricas invierten millones de dólares al año solo para
modificar un producto y volverlo de esta forma útil a nuestra “comodidad”. Pero
es necesario aclarar que este ajuste solo tiene una finalidad: la ganancia.
Lo
que es también referido por Foucault al referirse con amplitud al discurso
del poder que se crea en un sujeto, con la forma en que es
instituido, como lo ingenia para de esta manera causar efectos en el otro. Pero
si acudimos a Marx nos encontramos con una similar situación el sujeto es el
obrero (es decir todos), mientras que el burgués (las grandes empresas) buscan
obtener una gran demanda de ingresos con un bajo capital. Es decir las formas
de explotación no han cambiado, solo el espacio. Si comparamos el surgimiento
de la industrialización con la actualidad, nos fijamos que es similar. El
consumismo nos atrapa con sus tensas y firmes garras: la publicidad.
Pero entonces como escapamos de esta laguna que
nos ahoga mundialmente. Consumir no
puede ser el lema de la actualidad, sería
mejor: disfrutar lo que me genera tranquilidad. Y es que en este caso comprar
lo que está a la “moda” no es la respuesta. Como seres pensantes estamos al
borde del abismo, pero hay que buscar un prudente camino para continuar, sin
caer en el consumismo. Este es simple: vivir con lo necesario y gastar en lo
que realmente necesites, sin exagerar.
Tannya
Franco Estupiñán
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